Un solitario gol de Rodrygo salvó al Real Madrid cuando estaba de barro hasta las cejas ante el Cacereño. El partido se jugó en un ‘sembrao’ porque la Copa del Rey tiene estas historias tan humanas de ricos y pobres, de grandes y pequeños, pero de fútbol, lo que se dice fútbol, muy poquito. Por cierto, en el Madrid jugó Hazard. Perdón, fue titular Hazard. Jugar es otra cosa.
La Copa tiene estas cosas a mitad de camino entre Bienvenido, Míster Marshall y la nostalgia de los ochenta. El Real Madrid bajándose de ese avión de dos plantas que tiene hasta ducha y subiéndose a un autobús como cualquier equipo modesto para recorrer la A4 rumbo a Cáceres. Allí, ilusionado como un niño la noche de Reyes, esperaba el Cacereño, de Segunda RFEF –lo que sería cuarta división–, dispuesto a pegarle con su honda una pedrada al Goliat blanco.
Para estos partidos ha quedado Hazard. Ni rastro de aquel futbolista que maravilló al mundo y que llegó a comer en la mesa de Cristiano y Messi… aunque fueran los entrantes. O los postres, que le van más. El belga, en una cuesta abajo sin límites hacia un insípido ocaso de su carrera, ni está ni se le espera, así que Ancelotti le puso a jugar ante el Cacereño. Sí, a un tipo que llegó como superestrella de la Premier y que costó 120 kilos, que hoy sólo es un póster vestido de azul.
A pesar de dejarse en Madrid a ocho titularísimos como Courtois, Carvajal, Alaba, Mendy, Kroos, Modric, Vinicius y Benzema, Ancelotti presentaba un equipo reconocible, especialmente de mediocampo hacia adelante. El portero era Lunin, que ya ha jugado más esta temporada que en sus tres años anteriores en España, escoltado por una defensa inédita y algo sospechosa con Lucas Vázquez y Odriozola (de estreno esta temporada) en los laterales y con Militao y Nacho como pareja de centrales.
Por delante Tchouaméni, subcampeón mundial recién regresado de sus vacaciones, ejercía de ancla junto a Ceballos y Camavinga, otro mundialista. Arriba, además del citado pero no glosado Hazard, estaban otros dos chicos que estuvieron en Qatar: Asensio y Rodrygo. Lo dicho: un once de garantías para no dejarse sorprender ante un Cacereño que jugaba con la gasolina de derribar a una leyenda.
Al Madrid le toca arar
Las solas imágenes de ambos equipos saliendo por el túnel de vestuarios del Príncipe Felipe tenían el glamour de una ferretería de barrio. El césped era un sembrado peligroso no ya para jugar al fútbol sino para arar en tractor. Y así fueron los primeros 20 minutos: lentos y bacheados como una carretera secundaria. El césped, esta vez sí, era una buena coartada.
La sucesión de faltas, sobre todo por parte del Cacereño (como es normal), provocó que el juego fuera un pleno del Congreso: bronco, feo y lleno de interrupciones. Algo lució Ceballos, dispuesto a remangarse y bajar al barro. No así Hazard, más invisible que un cuarentón en una discoteca. En el minuto 14, por cierto, le habían anulado al Real Madrid el gol nuestro de cada día, pero esta vez sin VAR y con acierto: Asensio estaba en fuera de juego antes de servir a Lucas.
Siguió enredándose el partido y no contribuyó a desenredarlo el torpe de Cuadra Fernández, natural del barrio de Hortaleza (dicen las malas lenguas que más del Atleti que Sabina) pero adscrito al Colegio Balear. Repartió amarillas como un Rey Mago reparte caramelos: a boleo. Les contaría más cosas del partido, pero tendría que inventármelas y luego los Reyes, los Magos no los de España, me iban a castigar con carbón y yo soy más de gas natural. Sí que les diré que en el 35 tuvo Militao –siempre presente en los grandes escenarios– un cabezazo blandito que atrapó el meta del Cacereño.
Respondieron los locales con un disparo cruzado de Manchón que acabó en córner del que vino un centro medio blandito, medio envenenado, que atrapó Lunin. El Cacereño tenía claro su plan mientras le duraran las fuerzas: presionar muy arriba al Real Madrid y, si no había robo, tenía que haber falta. Y así pasaron los minutos y nos fuimos 0-0 al descanso: misión cumplida para los locales.
Resiste el Cacereño
Regresamos con doble cambio en el Real Madrid. Fuera los mundialistas Militao y Tchouaméni y dentro los también mundialistas Rüdiger y Fede Valverde. Es lo que tiene tener un arsenal como el de Ancelotti. A los cinco minutos tuvo que entrar Vallejo por Odriozola, que padeció la lesión muscular típica del que lleva media vida sin jugar. El último de la fila de los defensas actuó como lateral izquierdo.
Muermo. Así podría definirse el primer cuarto de hora de la segunda parte. Y el partido entero, vamos. Lento, trabado y aburrido. Sin áreas ni ocasiones. Sólo la emoción del resultado y la cercanía de que el Real Madrid se pegara un trastazo le ponían cierto picante a un espectáculo sin interés alguno.
Otro disparo del bullicioso Manchón en el 62 fue otro aviso del Cacereño de que no le había perdido la cara al partido. Al Real Madrid se le iba agotando el tiempo pero tampoco le importaba demasiado. Como a Hazard, pasota e intrascendente, sustituido en el 67 por Ancelotti para dar entrada al canterano Álvaro Rodríguez, uruguayo de 18 añitos que juega en el filial. El equipo blanco empezaba a jugar con once.
Rodrygo al rescate
Un minuto después el Madrid encontró a Rodrygo emboscado en el pico del área. El brasileño se fue de dos en una baldosa, ganó el área y se sacó un disparo suave a la escuadra como quien no quiere la cosa. Sus compañeros y Ancelotti lo celebraban con un punto de alivio. El Cacereño había aguantado casi 70 minutos al campeón de la Champions, que no es poca cosa.
El 0-1 hiperventiló a los locales, que dieron alguna patada de más. El Real Madrid puso la otra espinilla. El técnico del Cacereño movió el banquillo para agitar un partido que el equipo de Ancelotti trataba de meter en la nevera. Arribas por Asensio en el 80 fue el último cambio de Carletto. A los locales se les acaba el tiempo y el fuelle.
El Cacereño lo intentó hasta su último aliento pero todo fue en vano. El Real Madrid replegó, se remangó y achicó agua en el barro. Al final, el equipo de Ancelotti se llevó la victoria y el pase a octavos de una Copa que tiene estas historias en las que un grupo de futbolistas desconocidos también pueden tener sus 15 minutos de gloria. Para el Cacereño al menos tendrá que ser en otra ocasión.